jueves, 20 de junio de 2013

Mi primer año de cole

   
       
          Termina nuestro primer año de cole… parece mentira, hace muy poco éramos tan sólo una ilusión de nuestros padres, dentro de la barriga de mamá, y en un abrir y cerrar de ojos nos hemos convertido en niños grandes, de los de uniforme y mochila, de los de madrugón y lápices de colores…

Hace casi diez meses entramos en la clase por primera vez. El colegio nos parecía enorme, lleno de sorpresas por descubrir… ¡Y es que es enorme! Muchos de nosotros nos llevaremos aquí quince años de nuestra vida, y aún y así quedarán rincones del centro que no conoceremos.  Septiembre fue un mes de sorpresas, de nervios, de inseguridades y agitación. No sólo el colegio era nuevo para nosotros, también los profes, las monitoras y la mayoría de los compañeros. Algunos ya nos conocíamos de la guarde, o de jugar juntos en el parque, pero la mayoría de los niños de la clase eran desconocidos para nosotros. Comenzamos el curso con alguna lagrimilla, con fuertes apretones de la mano de mamá, para intentar retenerla un rato más en clase… Pero en seguida vimos que el colegio no tenía nada malo, ¡al contrario! Juguetes, lápices de colores, cuentos, un recreo con un castillo… y arena, montañas de arena. Pero además podíamos bailar, cantar, ver películas… e incluso podíamos dar nuestra opinión, decidir cosas… ¡como los mayores!

 Nuestra clase estaba llena de colores, y así ha seguido hasta ahora. En el suelo una enorme alfombra de cuadros, en la que nos sentábamos todos los días a hablar de nosotros, de nuestro mundo particular, a escuchar cuentos y a jugar. En las paredes, murales de colores; algunos de ellos han permanecido todo el año, otros los hemos ido sustituyendo por nuestras propias producciones, trabajo del día a día que queda plasmado en los corchos para recordarnos lo que hemos aprendido o compartido en clase. Nuestros nombres, nuestras fotos y las de nuestras familias iban rellenando todos los rincones. Poco a poco, hicimos de la clase un lugar más “nuestro”. Con unas normas definidas y claras, consensuadas y explicadas, que nos han hecho más fácil y segura la convivencia.

            Cuando se tienen 3 años, cualquier cosa se convierte en un descubrimiento. Pintando, jugando, hablando y representando hemos ido conociéndonos unos a otros. En nuestro grupo, especialmente, nos gustan las representaciones. Pequeños teatros de cuentos o  situaciones cotidianas que algún compañero nos ha contado. Nos gusta disfrazarnos, simular que somos otra persona, animal o cosa, canalizar nuestras emociones en otros personajes. Revivir momentos nuestros o de nuestras familias, recrear situaciones conflictivas que han ocurrido en el recreo, inventar historias con médicos o policías… Desde nuestra imaginación, dos sillas y un aro se convertían en un coche, con invisibles pero imprescindibles cinturones de seguridad, una mesa se convertía en camilla o en una pequeña casa para perros… Todo esto nos ha invitado a reflexionar sobre las emociones de los personajes, reales o ficticios, desarrollando nuestra creatividad. Pero sobretodo, nos ha permitido ser los protagonistas de nuestro aprendizaje, a vivenciar en nuestras propias carnes las situaciones sugeridas, a reflexionar sobre ellas… ¡y a divertirnos muchísimo!

Y poco a poco, mientras más nos conocíamos, más nos dábamos cuenta de lo que nos diferenciaba. Un niño es un niño y a algunas personas les puede parecer que todos somos iguales, pero Luís es Luís, Andrea es Andrea o Javier es Javier. Ayudándonos con fotos, hemos  hablado mucho de nuestras familias, soporte principal de nuestra vida, de lo que somos. También hemos podido descubrir cómo cada uno tenemos nuestras necesidades, no sólo dentro del aula, sino en el mundo entero. Entre todos, hemos aprendido a respetar las necesidades y diferencias de cada uno, ayudando al que lo necesita, tanto dentro como fuera del aula.

Entre fotos y pinturas, canciones y disfraces, llegó la navidad. Los papás nos ayudaron a decorar la clase, mientras nosotros preparábamos una actuación para sorprenderlos. ¡Qué bien lo pasamos ensayándola!  Todo eran risas, payasadas, bailes exagerados o sonidos extraños… El día de la actuación fue bastante divertido, aunque algunos no nos esperábamos ver a tanta gente en la clase y nos quedamos paralizados, o sin ganas de actuar. Recuerdo con una sonrisa a Alonso y Ángela totalmente paralizados, mirando a sus padres, con cara de enfado, porque no se iban… O cómo Marcos, que era quien debía pedir ir “al baño” juntos con Maya, me decía que no con la cabeza, porque le daba “güervenza”. Y a Maya, que llevaba unos días con fiebre, buscando el baño en la esquina que no era, porque en los últimos días habíamos decidido cambiarlo de sitio…  Fue muy divertido y espontáneo, aunque lo más importante es que pudimos disfrutar de un día juntos, merienda incluida.

 Después vinieron los Reyes al cole, y por fin las vacaciones…

Después de Navidad, la cosa había cambiado mucho en clase. Parecía que en esas dos semanas hubiéramos crecido un poco más. Todos habíamos cumplido ya los 3 años, y algunos comenzábamos a cumplir los 4. En clase estábamos más tranquilos, pero también más despiertos, más enérgicos. Una mañana, vimos un cartel sobre Vincent Van Gogh en el pasillo, y ahí empezó nuestra investigación… Aunque realmente no empezaba ahí, realmente comenzó hace mucho, porque todo estaba relacionado con todo, Van Gogh era de Holanda como el papá de Julián, era una persona con determinadas “diferencias” que lo hacían más cercano a nosotros, más humano, con una familia a la que escribía cartas, y una curiosa habilidad para pintar cuadros expresivos y llenos de color. Van Gogh no era totalmente nuevo para nosotros, como casi nada lo es, porque todo lo que veíamos de él tenía conexiones con cosas que ya conocíamos… Y sobretodo con emociones, con el miedo, con la alegría, con la tranquilidad y el sosiego, e incluso con el enfado. El mundo se seguía abriendo ante nuestros ojos, mostrándonos su amplitud, conociendo lugares diferentes a nuestro país, pero a la vez muy parecidos, y personas y personajes con los que teníamos, en el fondo, mucho que ver.

            La noche estrellada… y entre las estrellas, nuestro mundo, y en él Europa, España, Andalucía, Sevilla, nuestra familia… y después, allí en el centro, nosotros. Nuestras emociones y nuestras vivencias, pero también nuestro cuerpo. ¿Y que tiene por dentro nuestro cuerpo? ¿De qué estamos hechos, y cómo es que nos pasan las cosas que nos pasan? Hemos intentado responder a algunas de estas preguntas, y nos hemos encontrado con huesos, con el aparato digestivo o el respiratorio, con un corazón que bombea sangre a cada parte de nuestro cuerpo y nos mantiene vivos. También hemos visto que algunas partes de ese todo que somos nosotros a veces no funcionan como deberían, y eso hace que haya personas con capacidades distintas de las de los demás. Personas que no pueden hablar, no ven o no pueden caminar, o que se comunican diferente a nosotros. pero sobretodo personas que superan esas diferencias con energía, creatividad y tesón. La semana de la Diversidad nos sirvió para conocer cómo superan sus barreras esas personas, y cómo no debemos rendirnos  ante las dificultades que nos encontremos. Y aprendimos que el arte es un refugio para encontrarnos con nosotros mismos, y expresar de la forma que queramos lo que somos. La música, la pintura, el teatro… de alguna manera son formas de jugar, y en el juego, uno se siente libre.
           
Llegaba el día del padre, un día especial en el que queríamos agradecer a nuestros padres todo lo que nos dan, y decidimos hacerles un regalo especial. Un regalo que hablaba de nuestros miedos en una poesía, y de cómo ellos consiguen ahuyentarlos, tan sólo con un abrazo. Pero cuando llegó el día señalado, Jesús Alonso nos advirtió: “Yo no puedo dárselo a mi padre, porque está en Chile”. Decidimos pensar con tiempo cómo podríamos hacérselo llegar, aunque de momento debía guardarlo bien en casa…


Entre tanto, el curso seguía pasando. Miremos a dónde miremos, ya sea hacia dentro nuestro o hacia otros países, no podemos olvidarnos de dónde vivimos. Y en esta ciudad la primavera se llena de fiestas, y nosotros las vivimos en clase también, como una parte más del mundo que nos rodea. Este año la procesión de Semana Santa del Colegio no pudo salir a la calle por motivos de lluvia, pero disfrutamos de un rato juntos en la capilla del colegio. Parece que el clima quiso compensarnos, y a cambio nos propició una feria con un clima espectacular.

Tras las fiestas, el asunto del regalo del papá de Jesús nos seguía preocupando. ¿Dónde estaba Chile? ¿Cómo podíamos llevárselo? La conversación nos dio para mucho, descartamos algunos medios de transporte por no poder cruzar el océano y finalmente decidimos que deberíamos mandarlo en un avión. Pero ir hasta allí nos iba a costar muy caro, así que tras mucho pensar llegamos a la solución: ¡Una carta, como las que Vincent Van Gogh le mandaba a su hermano Theo! Pero una carta en la que ponga “Al papá de Jesús Alonso” se perdería por Chile, porque lamentablemente, Chile es un país muy grande. Así, vimos cómo cada uno tenía una dirección particular. Algunos sabíamos el número de nuestra casa, otros incluso el nombre de la calle. Lo que estaba claro es que el papá de Jesús tenía que vivir en una casa, con una dirección, y debíamos conseguirla. La mamá de Jesús, sin duda, nos la podría proporcionar.
Ya que íbamos a mandar una carta a un país tan lejano, podíamos meter en el sobre algo más que el regalo del día del padre. Decidimos meter fotos de Jesús con nosotros, porque seguramente lo echaría de menos, y hablamos de ese sentimiento. También le escribimos en clase algunas cartas, en las que le preguntábamos por su vida allí, por sus emociones, por las cosas que hacia, por su trabajo. Algún que otro dibujo que quisimos regalarle y la carta ya estaba preparada. La enviamos, y ya sólo nos quedaba esperar respuesta…

Mientras hablábamos de nuestras casa y de alguna que otra mudanza, nos planteamos si nuestros padres habían vivido siempre juntos, y si no era así, cómo se habrían conocido. Decidimos preguntarlo en casa, y muchas familias decidieron compartirlo con nosotros a través de cartas, fotos, dibujos…
 A nuestra edad es un poco difícil entender que no hemos existido desde siempre, pero fue un gran alivio y una satisfacción saber que vinimos al mundo por el deseo de nuestros padres, y que nuestros padres, dentro de su felicidad, en un momento concreto de sus vidas, decidieron compartir esa felicidad teniendo un hijo o hija, y que esos hijos éramos nosotros. Fue muy divertido representar en clase el día en que se conocieron nuestros papás, su boda,   su vida antes de tenernos a nosotros…

Hace unos días nos llegó la carta del papá de Jesús. En ella nos decía lo que le había gustado nuestra carta, y nos respondía a todas nuestras preguntas, ilustrándolas con fotos. A todos nos gustó mucho recibir una carta, pero en especial a Jesús, que no se separó de las fotos en todo el día, revisionándolas una y otra vez.
Y de alguna forma, esa carta cierra nuestro primer año de colegio, junto con la despedida de nuestro compañero Jesús y su madre, que también marchan a Chile.
Desde aquí les deseamos que disfruten mucho de esta nueva experiencia. Sabemos que pronto los volveremos a ver por Sevilla, aunque sea de visita, y esperamos que vengan a visitarnos
al colegio. 

El primer año de colegio ha dado para mucho. Aunque todavía no tenemos unas manos muy hábiles, nuestras pequeñas cabezas van formando una imagen de nosotros mismos y el mundo que nos rodea, y este año  nos ha servido para reforzar los diferentes lenguajes que durante toda nuestra vida nos servirán para conocernos mejor y aprender más y más cosas. El lenguaje oral, el escrito, la dramatización y el lenguaje del cuerpo, el lenguaje musical, el digital, el audiovisual, el plástico… Tener diferentes formas de expresarnos y comunicarnos nos facilita nuestro paso por el mundo. Pero para ser felices, también necesitamos la ayuda de nuestra familia, de aquellos que nos rodean.
Una familia que nos permita crecer, que nos deje hablar y nos escuche, pero también que nos enseñe a esperar, a callar cuando otros están hablando, a superar la frustración  cuando no conseguimos lo que queremos. Una familia que nos permita ser, que nos apoye en nuestra verdadera y genuina forma de vivir e interpretar el mundo, pero que también nos enseñe unos límites, una educación, unos valores.

Para mí ha sido un placer compartir este año con vosotras, las familias. Porque el trabajo de un profesor no es nada sin las familias que hay detrás de cada niño, y sois vosotras las que tenéis la sartén por el mango en la felicidad y la autoestima de vuestros hijos.
Espero que disfrutéis de vuestras vacaciones y nos veamos de nuevo en septiembre, con las pilas cargadas para un nuevo año, lleno de aprendizajes y momentos compartidos.

Un saludo,
                    Juan.